lunes, 10 de febrero de 2014

museo

Los tres tienen rostro de madera policromada.
Los tres tienen ojos vacíos de vidrio.
Están ricamente vestidos
como príncipes
en tierra de indios.
Los tres están serenos como la Trinidad
compuesta por Cristos.
Tres hombres. Tres machos.
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Están junto a mi cama.
Sin piedad.
Sin pena.
Con labios como rosas del Nuevo Mundo.

Los miro a través de la fiebre.
Los miro a través del sudor.
Son esfinges que no esperan preguntas
ni dan respuestas.

Los tres cumplen muy bien su tarea:
Atraviesan
costilla pulmón corazón
sábana colchón madera.
Me inmovilizan con el dolor
y esperan que me muera,
que deje de acariciar las espadas
con la imperceptible marea
de mi tórax
respirando.

Los miro y pienso en la Mater Lacrimosa,
con el corazón de plata
decorado de dagas.
Pero yo no lloro a mi hijo muerto.
No tengo a quién llorar.
Sólo soy una exhibición,
una pieza de catálogo,
un enfermo, un depósito,
escoltado
por tres soldados primorosos.

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