que levanten los brazos
y extiendan la palabra
como la rosa que se abre en el suelo
e indica la ruta a los perdidos.
Que las mujeres oren en las iglesias, Enrique,
como lo hicieron en un principio.
Que sean la procesión de la vida,
como los ríos que corren de los ojos
a los pies heridos.
Que ellas sean los testigos de mi silencio
y mi distancia,
que ellas sean la iglesia en que bese tu frente,
que ellas sean el sacramento
y mi secreto.
Porque de ellas es el sol y el carruaje.
Porque de ellas es la luna y la sangre.
Por siempre, amigo,
por siempre.
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