Desde el otro lado de la pieza,
me mira Cristiano
y parece un habitante de espejo.
Me espera.
Tengo miedo que sea un duende.
Una trampa.
Cristiano, este año no hay árbol de Navidad.
Lo siento.
No hay regalos ni cena ni abrazos.
Eso es para los niños reales.
No para ilusiones de maricones solitarios.
Es cierto que te imagino moreno
y portándote mal,
dando explicaciones de mentiroso en mis brazos,
durmiendo en mi cama,
esperando el desayuno.
Quién sabe cómo hubiera sido
tener libreta de familia, roja, dura,
como la de Cristina.
Sé que me equivoqué en darte nombre
porque trajinas en mi corazón
y me haces llorar como puta vieja.
Mejor ándate.
Aquí no hay Navidad.
Se fue con la Cristina
que nos robaba abrazos
una noche cada año.
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